Adaptarse es crear, o como no caer en la irrelevancia

Carmina Sánchez y Marcelo lasagna

Se habla de la capacidad de adaptación como el remedio de todos los males de las organizaciones en contextos altamente cambiantes. Si las organizaciones fueran capaces de escuchar más a los entornos (los ciudadanos, los clientes, los colaboradores, el medio ambiente, etc.) y actuar en consecuencia, seguro que los ecosistemas se equilibrarían de una manera más armónica, tal y como pasa en la naturaleza: si hay escasez de agua, la planta desarrolla mecanismos de almacenaje, de lo contrario, el vegetal estará condenado a la extinción.

 En el mundo privado, las leyes de la naturaleza rigen de una forma evidente e implacable: si la empresa no es capaz de basar su propuesta de valor en el profundo entendimiento de lo que sus clientes quieren y, además, ser eficientes y diferenciales respecto a su competencia, dejarán de vender y, tarde o temprano, morirán de inanición. La ola las arrasará de forma irremediable.

 

Y, ¿qué ocurre con lo público? A menudo, en la administración pública se confunde la rigidez con la solidez. A menos cambio, más estabilidad. Quizá en el pasado este principio podía tener algo de sentido. En el presente, las instituciones que no tienen la capacidad de adaptarse, la realidad las sobrepasa. Las instituciones públicas (o de generación de valor público) tienen la enorme responsabilidad de crear las condiciones para que los ciudadanos tengan calidad de vida. Y eso pasa por generar capacidad adaptativa. Las AAPP por su rol crítico en la articulación de soluciones ante los grandes retos sociales, económicos y ecológicos de nuestras sociedades, máxime el contexto de transparencia y accountability que se les exige, no pueden darse el lujo del no-cambio. No adaptarse a las exigencias de nuestros tiempos, no asumir el zeitgeist que emerge de las lecciones de la pandemia, es caer irremediablemente en la irrelevancia. No adaptarse para las AAPP será una lenta muerte hacia la obsolescencia, cuya brecha generará nuevos espacios para organizaciones que asumirán el rol de las organizaciones irrelevantes.

Adaptarse, según la RAE, es modificar [un ser vivo] algunas de sus características o generar nuevas características que le permitan desarrollarse en un lugar o situación distintos a los originales o idóneos. Si entendemos las organizaciones como entes vivos que están en unos contextos cada vez más volátiles, con velocidades de cambio vertiginosas; donde las posibilidades de predecir estos cambios son cada vez más inciertas; donde las variables que interactúan son cada vez más numerosas y con más complejidad de interacciones y; donde la capacidad de entender e interpretar es cada vez más críptica; el riesgo de quedarse paralizado por temor a equivocarse es la gran tentación. Pero el peligro de inacción es una irresponsabilidad que lo público no puede permitirse.

 Si adaptarse es la clave, es importante hacer una reflexión sobre lo que implica el concepto. En una primera instancia se podría pensar que adaptarse es mejorar lo que ya tenemos para poder adecuarnos a nuevas condiciones de contexto, con una lógica incremental o reactiva. Esta interpretación puede ser un primer paso a la adaptabilidad, pero no es suficiente. Adaptarse implica crear soluciones y nuevos paradigmas valientes y disruptivos que den respuesta a las nuevas paradojas. Esta adaptación ocurrirá en la medida que los funcionarios vayan más allá de su rol ‘ejecutor’ y adopten el de ‘exploradores-creadores’. Adaptarse implica descifrar lo desconocido para crear el futuro de manera responsable. Y para ello se necesita valentía, co-creación, visión sistémica, agilidad, acceso a datos y capacidad de interpretación con sentido crítico. Y lo más importante, mucho entrenamiento.

La capacidad adaptativa de la jirafa le permitió alargar su cuello para alcanzar las hojas de los árboles en altura. Ojalá los creadores de valor público sean capaces de co-evolucionar con sus entornos, romper paradigmas e instalar conocimiento y competencias en las organizaciones. Para ello se requiere determinación, un claro propósito y una carta de navegación que marque el rumbo. Sin ello, las organizaciones enfrentarán el dilema shakesperiano de ser o no ser en un mundo altamente sensible al aporte de valor frente a las nuevas paradojas que presenta el cambio climático, las migraciones, la sostenibilidad, la inclusión, la rentabilidad, los desequilibrios sociales y tantas otras que vendrán.

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